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Chicos: Lean esta nota en el blog del Departamento de Informática TP final disponible en este link Lean esta nota: Alexis Garbarz - La Pasión por el Networking . Alexis es egresado de ORT Guille

Tuesday, May 30, 2006

Tarea del lugar (Jonathan C.)




Imagen Satelital






Texto Literario:

El Zocalo

México puede ser el cielo del mundo, decía el poeta Bernardo de Balbuena en "La grandeza mexicana". Era el año 1604 cuando Balbuena escribía aquello de "Oh, ciudad rica, pueblo sin segundo, más lleno de tesoros y bellezas, que de peces y arena el mar profundo". En tiempos de Balbuena, las calles eran como un tablero de ajedrez y las piezas del juego, hombres y mujeres.Es un milagro, dicen, pero el Centro Histórico de México D.F. —unas 34 manzanas repletas de palacios, iglesias y museos— vuelve a la vida, después de costosas inversiones en refaccionar sus tesoros arquitectónicos.Para verificar el milagro, hay que caminar sin miedo de perderse. El viajero pasa una puerta y entra a la cantina "El Nivel", a pocos metros del viejo Portal de Mercaderes, ubicado frente al Zócalo, donde dos millones de personas caminan cada día. En esta cantina, paraba el bolerista Agustín Lara y aquí todos los presidentes mexicanos se han tomado un trago de tequila desde el año 1855.Ahora, en "El Nivel", es mediodía y abundan los abogados y los empleados del gobierno, pero ya llegarán la noche y ese trío de músicos que entona "Solamente una vez" o "Mujer".Esta cantina de paredes verdosas, repletas de ilustraciones y caricaturas periodísticas, fue en el siglo XVIII una parte del edificio sede de la Universidad de México. En el Centro Histórico todo es así, las cosas más distantes están unidas por el tiempo; se puede hacer una arqueología de los edificios pero también otra, de las emociones.En un arco del Portal de Mercaderes se lee el aviso de una tienda de sombreros: "De Sonora a Yucatán se usan sombreros Tardan", entonces el viajero ve que la tienda está aquí desde 1847 y que esos grandes sombreros estilo charro con filetes dorados posiblemente apasionaron a Emiliano Zapata y Pancho Villa un día de 1914, cuando ambos entraron al Palacio Nacional —la sede del gobierno mexicano— que está justo enfrente, cruzando el Zócalo.El viajero decide perderse en la esquina de Licenciado Verdad y la calle Moneda, sitio de la Casa de la Primera Imprenta, un palacio venerable donde funcionó desde 1539 la primera prensa americana, enviada desde Sevilla. Sube las escaleras y alguien le cuenta que al restaurarse la Casa de la Primera Imprenta, en 1989, apareció bajo tierra una gran cabeza de serpiente —pesa dos toneladas y allí está, es parte del museo— que era una pieza del templo del dios azteca Tezcatlipoca.Todo es así en el Centro Histórico, todo está unido. Tenochtitlán está debajo de la ciudad virreinal y conventual. El Zócalo, una palabra de origen azteca para nombrar a la Plaza de la Constitución, conserva los cuatro puntos cardinales y habla de un orden cósmico entre tanta vida.Milagro o no, los mexicanos dicen en broma que el Centro Histórico debería llamarse ahora "Slim Center", porque el millonario Slim —que nació en estas calles— puso mucho dinero de su bolsillo y su prestigio para apoyar a quien, dicen, podría ser el presidente de México en 2006, Andrés Manuel López Obrador, que fue intendente de la ciudad y motor del cambio.También dicen que el cardenal mexicano Norberto Rivera —con el Vaticano detrás— aprobó este renacimiento del Centro Histórico.Es que aquí está una de las más imponentes catedrales del Barroco americano. Dentro de la Catedral, el piso se hunde lentamente y el viajero se detiene ante el dorado Retablo de los Reyes, pero después lo fascinan esos candados que hay ante la capilla de San Ramón Nonato —santo que protege de los mentirosos— hasta que, en el altar menor donde está el Cristo Negro, oye a quienes recitan la oración "al Señor del Veneno".Como sea, el viajero quiere tomar un café y camina sin rumbo hasta pararse maravillado en la entrada del Gran Hotel Ciudad de México, a una cuadra del Zócalo. Descubre entonces los colores de un techo de vidrio diseñado por Tiffany en 1908.Lo maravillan esos ascensores de hierro forjado en estilo Art Noveau, solamente falta don Porfirio Díaz para confirmar que sí, que las viejas calles que rodean el Zócalo tienen palacios que ahora vuelven a la vida.Hay antiguas farolas de hierro en estas calles. En el aire de la ciudad conviven el México de Porfirio Díaz y el de Diego Rivera, la ciudad del millonario Carlos Slim, la urbe virreinal y la azteca, que se oculta bajo las piedras y la velocidad.Las farolas están en la calle Tacuba, en Moneda, en Licenciado Verdad, en El Carmen, en Gante, en Donceles. Hay farolas, claro, pero también 120 cámaras de televisión de circuito cerrado que vigilan, atentas como esos policías que caminan de a dos, con o sin uniforme.La energía del D.F. se respira entre los vendedores ambulantes de tejidos indígenas o maíz caliente, entre los turistas, los empleados del gobierno, y los infaltables mariachis.Cerca del templo de San Ildefonso se amontonan los mariachis con sus guitarrones y una sonrisa. ¿Cien dólares la hora por una serenata? En la vereda de la Catedral se ofrecen todos los oficios con grandes carteles anunciadores: albañiles, zapateros, pintores y plomeros.También hay escritores de cartas de amor por encargo, pero ellos atienden en el Portal de los Evangelistas, a tres cuadras del Zócalo, y cobran unos 30 pesos mexicanos por las cartas "normales", y hasta 50 pesos por las "apasionadas".Para no desentonar, la calle Chile está a la vuelta del Portal de los Evangelistas, y aquí se alinean cientos de negocios dedicados a un mismo rubro: los vestidos para novias y quinceañeras.

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